/image%2F1094048%2F20150101%2Fob_7eeacb_dios-m-o-a-pero-qu-te-hemos-hecho-3842.jpg)
El caso es que la comedia francesa sigue pegando con acierto entre determinado público, no muy exigente, aunque por cauces previsibles y cómodos, no excesivamente notables pero si eficaces. Quizá lo que más le envidie a esa cinematografía es algo consustancial con los franceses (y que deberíamos algún día poder importar si aprendiéramos cómo) es decir, su apoyo a todo lo que es francés, su obstinada calificación positiva de cuanto hacen y la asombrosa miopía de pensar que todo lo que producen en bueno, nuevo y admirable (no es así ni de lejos, pero les sobra razón para hacer lo que hacen a fin de que los demás se lo crean).
Volviendo a esta película de título tan largo e irónico. me cuentan que ya han superado la decena de millones de espectadores en su país y aquí no dejan de sumar entusiasmados clientes (no es para tanto, nuestros "Ocho apellidos vascos" es mejor como comedia). Y la cito porque las dos buscan de una manera fácil y algo chabacana la risa fácil, el chiste regional, la mala uva crítica con guantelete de humor. Chauveron como Emilio Martínez Lázaro, juegan con los fundamentos sociales de las rivalidades regionales o nacionales (siguiendo la excelente fórmula de "Bienvenidos al Norte, o "Intocable"" por ejemplo), a través del engarce con el cliché imperecedero de la familia como núcleo de todas las servidumbres y todas las subversiones. Y así en esta comedia las cuatro hijas de una familia tradicional, gaullista y católica de la Francia más cavernícola se casan con un judío, un árabe, un chino y un africano. A partir de ahí los equívocos, las bromas, las referencias criticas veladas, la sal gruesa de un humor pasado de rosca trata de excitar la risa y la complicidad del espectador.
Prejuicios culturales, complejos varios, se entrecruzan con el mandamiento de toda comedia que se precie, el final feliz o al menos complaciente. Los sartenazos van para todos lados y eso es parte del mérito y del éxito de la comedia y así problemas tan espinosos como el conflicto árabe-israelí, la culturas tribales africanas o el mezquino poder chino son puestos en solfa tanto como la cerrazón francesa, su prepotencia ridícula o la endogamia cultural.
Correctas interpretaciones, sobre todo de los veteranos Chantal Lauby y Christian Clavier, personajes poco desarrollados pero claros y sencillos, un montaje endiabladamente ágil y una música que acentúa la comicidad ambiental, aunque banal y a ratos chabacana . Pero, por favor, que nadie mencione a Billy Wilder y mucho menos a Lubitsch. Están a años luz.
.
Comenta este artículo …