Nietzsche acabó con las certezas cartesianas del cogito y los ideales de la Ilustración, convenientemente ayudado por los otros dos maestros de la sospecha: Freud y Marx. Pensamiento y razón no sostenían ya la certeza del sujeto. La relación entre el pensar y ese sujeto que ejerce la función se revelaba como una más de las ficciones de la mente. El in-dividuo (no divisible, uno) es una suma de sensaciones, ilusiones, memoria, inconsciente, sociedad, una multiplicidad de presiones e influencias mentales que no permiten sostener la conciencia de sí con un fundamento empírico. No es posible un saber verdadero sobre el sí mismo, que se convierte en un variable constructo interpretativo. El filósofo francés Paul Ricoeur opone el sí mismo al yo operativo o sujeto agente. Y el sujeto hablante al que se narra a sí mismo. Y añade al sujeto moral que es responsable de los actos y sus consecuencias. Todo gravita en torno a la conciencia, esa instancia ¿cerebral?, ¿trascendente? Que a estas alturas trae locos a filósofos y científicos, como en el pasado siglo fue la existencia del alma y desde la infancia de la humanidad, la existencia de Dios. ¿No será todo esto la entelequia de un sujeto cuántico aletorio que emana de la multiplicidad fenoménica de un Todo que no podemos concebir y mucho menos comprender? 10,10.2018