Si consideramos la eternidad no como una duración ilimitada de tiempo, sino como la atemporalidad, la persona que vive intensa y plenamente el instante presente, el ahora inmediato y único, vive la eternidad. Eso dijo más o menos el inteligente y desdichado Wittgenstein. Por tanto si lográramos percibir el presente como un simple proceso atemporal sin fin en sí mismo (aunque lógicamente finito para nuestro organismo, cuyo término cuando se produzca, es solo un evento sin importancia en un proceso que sigue su curso con o sin nosotros) todo se relativiza, ves la eternidad que subyace en el transcurrir incesante de la vida. Por tanto comprendes que el momento que vives no tiene precio: tiene un valor inmenso. Mejor que lo disfrutes, en el amplio sentido del término. Para ello empieza por preguntarte si lo que haces por ti y por las personas a las que amas es lo adecuado, correcto, óptimo, no de cara a una expectativa irreal de un futuro inexistente o siguiendo las órdenes subliminales de un pasado que tampoco existe. Piensa.