“Viper Club” es una película norteamericana dirigida por Masyam Keshavarz e interpretada dramáticamente por Susan Sarandon en la que un corresponsal de guerra es tomado como rehén mientras realiza una entrevista en Irak. Su madre (Sarandon), desesperada ante la falta de compromiso del gobierno en su liberación, decide buscar una solución alternativa. Prescindamos de los relativos valores cinematográficos de la cinta (un poco sensiblera y reiterativa). Conozco la problemática (en otro tiempo fui, alguna vez, corresponsal en zonas conflictivas) pero me interesa constatar una valoración ética que se ha perdido en nuestra época.
La primera víctima de la guerra es la verdad, dijo Esquilo hace siglos y luego se ha repetido como si ser la “primera víctima” de las guerras, la convirtiera en la más importante. ¿La verdad de quién? ¿La que nos facilitan los gobiernos en conflicto o los periodistas que van a “cubrir” la guerra? (¿Se han percatado de la ironía paradójica que ostenta ese verbo tan utilizado?). Hasta algo más de los ochenta del pasado siglo, en general los periodistas eran respetados, con algunas notorias excepciones. Ahora, como los oficiales de rango, son objetivo prioritario de francotiradores o de secuestro. Pero la cuestión forma parte de una práctica que en la sangrienta historia de la lucha entre el tercer mundo árabe-africano y el occidental tiene siglos de antigüedad. Incluso había órdenes religiosas, los Mercedarios o lo Templarios, creadas originalmente para negociar, económicamente o por intercambios) entre secuestradores y rescatadores (Cervantes fue uno de los liberados, previo pago).
En estos momentos, como nos muestra la película, bastante veraz, hay organizaciones más o menos filantrópicas y otras de intermediarios profesionales, bancos, agentes, políticos, líderes tribales que se saltan al estamento “oficial” para trasladar rescate y comisiones de una punta del mundo a otra y lograr liberaciones más o menos “secretas” (oficialmente ningún Gobierno acepta negociar, por considerar al secuestro como “terrorismo”). ¿Terrorismo o negocio internacional con pingües beneficios para todas las partes interesadas? Otra de las secuelas ignominiosas de las guerras. Es vergonzante hacer negocio a costa del sufrimiento humano. ¿Tendrá razón Adorno al decir que no es posible escribir poesía después de Auschwitz? En lugar de “escribir poesía” pongamos “cultura” y” la guerra” en lugar de Auschwitz.- ALBERTO DÍAZ RUEDA