El rio Tastavins nace en los Puertos de Beceite y es un afluente del Matarraña. Hace veinte años era un río de caudal liviano pero ahora apenas rebasa la categoría de un riachuelo ocasional e irregular que, no obstante, lleva su cauce pedregoso y semiseco por unos parajes de belleza sorprendente, supera los abruptos relieves de Peñarroya, rodea las estribaciones de la sierra de la Molinera, se asoma a Ráfales y baja por bosques y terrazas de cultivos mediterráneos donde quizá sembraron los iberos ancestrales y cultivaron árabes, romanos e hispanos de toda procedencia. En esas tierras turolenses de la comarca del Matarraña, frontera a las tierras catalanas del Ebro, la vida religiosa ha sido tan omnipresente que su fervor se ha materializado en ermitas, conventos y lugares sagrados, desperdigados por todos los lugares de la esa tierra aragonesa.
En el término de Fórnoles, cabe la N-232 que lleva de Alcañiz a Castellón, se levanta el antiguo Santuario de Nuestra Señora de Montserrate, que hoy se concoe como ermita de Santa Mónica. Pues bien, desde Fórnoles a esta ermita transcurre un camino pedregoso, de poco desnivel, pero sereno, silencioso, solitario y hermoso. En apenas hora y media se puede andar sosegadamente por él entre pinos, carrascas, algún roble, olivares, almendros y tierras de labor, entre el piar de los pájaros y quizá el viento susurrando sobre las ramas de los centenarios y retorcidos olivos. En Santa Mónica nos esperará un conjunto asombroso de cipreses entre los que hay ejemplares de varios centenares de años y de un grosor y altura espectaculares, más de 30 metros alguno (catalogado por el Gobierno de Aragón como conjunto singular y la ermita de interés cultural desde 1983)).
Hay que ir a buscar el camino tras abandonar Fórnoles por la carretera que lleva a Alcañiz, dejando el pueblo en lo alto, como un telón magnífico de fondo. En un recodo de la pista descendente y señalado por un cartel, comienza el sendero, convenientemente balizado, con una discreta subida empedrada entre olivos y campos de cultivo.
Pero la singularidad de este sendero, casi una calzada empedrada se basa, como diría Cavafis, el poeta de Camino a Itaca, tanto en el propio camino como en su destino. Durante muchos tramos del sendero, el caminante va pisando piedras pulimentadas y guijarros enlazados, entre bordes y muretes de venerable antiguedad, como si anduviera un camino medieval o incluso anterior, celta o iber, limitando o rodeando árboles de una presencia extraordinaria, quizá motivo de culto para aquellos pueblos tan intimamente relacionados con la Naturaleza.
Es pues un paseo por la historia remota de esta tierras y sus habitantes. La fuerza de estos lugares es tal que una persona sensible podría, cerrando los ojos, bajo un sol otoñal, rememorar en el silencio cálido otras historias y otras presencias, algo mágico para el paseante y un verdadero regalo para el montañero que esté conociendo y aprendiendo a amar estas tierras.
El conjunto monástico que da nombre al santuario, tiene su origen en la Edad Media, a partir de una causa legendaria (como tantas otras que generaron el asombro y el fervor religios de las sencillas gentes de esas épocas) : la aparición en el siglo XIII de la imagen de una Virgen Negra a un pastor sobre las ramas de un enebro. El pastor la llevó a su pueblo, Fórnoles, y por dos veces la imagen desapareció y volvió a aparecer en el sitio donde fue hallada. El pueblo de Fórnoles decidió erigir una ermita en ese lugar. Ya en el siglo XIV la ermita se convertiría en santuario, a tenor de la devoción y consiguiente apoyo económico del pueblo, incluyendo dependencias monásticas y de autoabastecimiento como era norma en la época con los monasterior florecientes, es decir,hospedería, panadería, horno, establos, granja y alfarería. Se plantaron 33 cipreses, la edad de Cristo, y se amuralló el conjunto de dependencias con la ermita. Actualmente se mantiene todo el conjunto en buen estado y las gentes de los lugares cercanos acuden en romería la segundo domingo de mayo. Desgraciadamente no pudimos entrar en el conjunto monástico y visitar la iglesia. Una plancha de hierro ciega la puerta principal y solo puede visitarse al parecer en la época de la romería.
Sin embargo, aun queda el placer del regreso a Fórnoles por una calzada donde con un poco de imaginación aún resuenan los cascos de las caballerías de las órdenes armadas que dominaron la zona, el temple o los calatravos, el gemir de las carretas de ruedas de madera y el paso sosegado y paciente de los ganados de cabras, ovejas o borregos. Es un auténtico regalo para los sentidos.