La comedia francesa clásica ataca de nuevo. Vamos la versión contemporánea de ese subgénero nacional, tan reconocible. "Cena de amigos" (Le code a changé, 2009. El titulo original hace referencia a que el código de entrada al piso donde se inicia la acción ha cambiado ), dirigida por Danièle Thompson, bajo guión de esta señora y su hijo, e interpretación de entre otros el incombustible Dany Boon (el de "Bienvenidos al Norte") con su geografía gestual en pleno funcionamiento y una Emmanuelle Seigner, menos perturbadora fisicamente que cuando la dirige su marido Roman Polanski, junto a un plantel de co-secundarios muy en la linea de la comedia gala.
Relaciones personales conflictivas envueltas en las rígidas aunque aparentemente benévolas reglas de la educación de la clase media profesional francesa. Hipocresía envuelta en celofán con lacitos de colores, máscaras y roles aceptados por todos, engaños erótico festivos, bastante intrascendencia y una banalidad personal a prueba de bombas. Cena de "amigos", sujetos a las reglas de lo políticamente correcto pero desequilibrados en sus relaciones, en la busqueda constante de "algo mejor". Todo ello envuelto en un sentido del humor alicorto que pretende ser elegante y se queda en ligeramente patético y una intención de abordar temas de enjundia moral, el cáncer, la labor del médico ante sus pacientes que van a morir, los cambios psicológicos que propician accidentes cuasi mortales, todo hilvanado de una forma ligera y sin ganas de profundizar. Para ejemplarizar el "mensaje" (?) se nos presenta al grupo de amigos después de un año de la famosa cena cuyo desarrollo se lleva, entre flash back y acción en tiempo real las dos terceras partes de la película. Las conclusiones no son muy convincentes y el cambio poco notorio, siguen las malas relaciones, algun accidente o enfermedad con sus cambios inevitables, enredos amorosos y equívocos.
Se trata de que lo pasemos lo mejor posible, que salgamos del cine diciendo, hay que ver cómo se pasan los franceses cuando deciden reunirse a cenar. No habremos gozado de buen cine, algunas sonrisas y algún pesonaje inaguantable, pero en torno a todo esto, vino viejo en odres viejos. No hay nada nuevo bajo el sol poniente de la comedia francesa, sólo la amabilidad constante de querer hacernos pasar un buen rato con la idiosincracia de los naturales del país (cada vez más semejante a la de sus pares españoles, italianos, ingleses o americanos: cosas de la globalización, que nos iguala por lo bajo).
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